Entre el poder y el querer. Un café ##.
No hay tiempo ni para un café. No sé si es lunes, martes o
sábado. Silencio y a estudiar. La forma circular de la biblioteca
me deja anonadado cuando menos debería estarlo, justo en exá-
menes. Apenas como, duermo poco y mal, paso inquieto la mayor parte del día, y mi madre pregunta por teléfono si realmente
recuerdo que tengo una madre a la que llamar. Estoy agotado. Y
sigo mirando al infinito justo a la fila frente a mí, pero a más de
quince metros; observo a los que duermen y sueñan que estudian,
a los que ríen y charlan como si estuvieran en una cafetería, y al
resto que entra y sale.
Y yo aquí, pensando en mil cosas que hacer mejores que estar
aquí sentado. Ojalá hoy pasara algo maravilloso, que hiciera que
olvidara ese examen de pasado mañana. Los apuntes me aburren
hasta la saciedad. Cuento una y otra vez las páginas que he leído
—apenas cien— y las páginas que aún faltan. Esto parece no acabar.
Medio adormilado, no me había dado cuenta de la chica que
tengo a mi derecha. Parece concentrada, escribe, lee, relee y coloca
pósits rosas encima de cada página que subraya. Se mueve, el pelo
moreno parece nada en ese moño alto que tiene. Tiene una belleza curiosa. Con sus gafas moradas, también se entretiene mirando
el ir y venir de los demás, sonríe si escucha algo que le interesa.
Vaya, qué dientes más blancos. Me gusta su pañuelo rosa y sus
leggins negros. Qué curiosa, de verdad. Igual le digo algo. ¿Qué
edad tendrá? Me gustaría hablarle, olvidarme de estos malditos
números y salir a tomar algo con ella. Pero seguro que piensa en
alguien, y seguro que alguien piensa en ella. Mira, mi amiga Laura
me llama desde arriba con grandes aspavientos. Pues subo, claro.
Recorro la mitad de la biblioteca, subo escaleras y casi me caigo
al tropezar con una bufanda medio caída de una silla que estaba
a mi paso. Sí, aquí estoy estudiando. Laura dice que el examen de
ayer le fue bien. Qué suerte, me alegro mucho. Sí, yo también voy
a seguir. Hasta luego, Laura. ¿Qué dices de la chica de mi lado? Sí,
es verdad, es bonita. Se ríe a veces sola con sus apuntes, y subraya
y se mueve. Más tarde, salimos a descansar y hablamos.
Vuelvo a mi sitio, el reloj ya marca las siete de la tarde. Y la
chica bonita sigue escribiendo, memorizando y murmurando algo
indescifrable mientras mira a la multitud. Tose. Vienen a hablar
con ella, se ríe. Es del sur, se nota que no es de aquí. Es curiosa
hasta para hablar. Tiene una mirada penetrante, mis ojos azules
se quedan atónitos al ver la negrura de los suyos. Mis apuntes
quedan obsoletos ante sus pósits rosas. Debe de estudiar algo divertidísimo, cuánto color. ¿Sabrá que la miro? ¿Sabrá que delante
de mi Econometría veo sus pósits rosas y la escucho murmurar
mientras memoriza? Ja. No, definitivamente no. Mejor sigo. Vaya,
pero ella recoge, es mi oportunidad. Sí, le voy a decir algo. Revuelve papeles, los ordena y los introduce en su carpeta, los bolígrafos,
los rotuladores, también varios libros… Tengo que decirle algo,
cualquier cosa. Quiero volver a verla. ¿Y si mañana es su último
examen y no la veo más por aquí? Sí, decirle algo, cualquier cosa.
Se pone el abrigo, la bufanda, coge su mochila y… «Mucha suerte».
Y yo, «gracias, para ti también». ¡Pero vamos, tonto, dile algo más!
¡Que se va! Se está yendo. Ya no hay vuelta atrás. Oh, por favor,
qué tontería tan grande. Si yo solo quería tomarme un café en
su compañía. Sí. Solo un café habría podido ser suficiente para
enamorarme jodidamente de ella. Quizá sería lo maravilloso que
hoy iba a ocurrir, y de repente, no hago ni caso, y balbuceo: «Para
ti también». Qué desilusión. Qué estúpido soy. Sigo estudiando
y así me olvido del absurdo momento que acaba de pasar. Cómo
he podido ser tan… Vale, vale, sigo estudiando. Una página, dos,
tres… Un tema más. Al siguiente. Y justo en la primera página, un pósit rosa: «Sí, a mí también me apetece tomar algo contigo, por
ejemplo, un café».
Un café para ver la vida «color rosa».
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